En esta situación, se percibía que en muchas ocasiones el enterrado había arañado la tierra, es decir, que había sido enterrado vivo y agonizaba hasta morir bajo el suelo. Para finalizar con este sufrimiento, los hombres de la época se las ingeniaron para amarrar a la muñeca del difunto un hilo, pasarlo por un agujero del ataúd y colocar en el otro extremo, fuera de la tumba, una campana sobre la tierra. Si el individuo estaba vivo, sólo tenía que tirar del hilo para hacerla sonar y así poder desenterrarlo antes de su muerte. Cabe reseñar que una persona velaba el ataúd durante algunos días por si tenía que acudir al rescate del difunto.
De esta acción, y no como muchos piensa que del boxeo, surge la expresión 'salvado por la campana'.