El anillo, como objeto circular, ha sido desde antiguo símbolo de unidad y eternidad. En la antigüedad, cuando la vida era más dura y la esperanza de vida más corta, los maridos celebraban un rito para asegurarse que los espíritus de sus mujeres no les dejarían demasiado pronto. Ataban los tobillos y muñecas de la mujer con cuerdas de hierba con la pretensión de mantener el espíritu dentro del cuerpo.
Con el correr de los años y la evolución de las creencias religiosas, las cuerdas fueron evolucionando hasta atar solamente un dedo por medio del anillo, que poseía toda la carga simbólica antes mencionada. Las romanas así, acostumbraban a entregar a sus novios el annulus sponsalitius que durante el siglo II pasa a ser de oro, por ser un metal más duradero. Tal simbolismo fue incorporado al ritual religioso por la Iglesia, cosa que ocurrió durante el siglo V.
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