Para todo hay una primera vez en esta vida, sí señor, y todas son recordadas, como algo bonito o como lo más desastroso que nos ha sucedido, pero así es la vida, el eterno retorno a los contrastes.
Mi gran pasión es el mundo de la literatura, sin excepciones de autores, géneros y épocas. Y mis inicios en ella se debieron a esos profesores "petardos" del colegio que nos hacen recitar como los loros una poesía entera delante de todos los compañeros de clase. Pues bien, para esta ocasión yo elegí (nunca sabré muy bien por qué) una poesía de un pensador y escritor cubano llamado José Martí, y perteneciente a su obra Versos sencillos (1891).
Estos pequeños versos se han quedado junto a mí ya quizá para el resto de mis días. Digamos que simplemente me encantan. Tanto es así que podría volver a recitarla de nuevo sin tener que mirar en ningún otro sitio. Pero no sólo eso, por casualidades de la vida, estudiando en la universidad Literatura Hispanoamericana, me tocó en suerte hacer un estudio literario del poema y del autor. ¿Casualidad o destino? Quién sabe ...
La verdad es que es un poemita muy triste para una niña de alrededor de siete años, porque lo más triste que puede haber en esta vida, creo yo, es morir de amor. Pero por otro lado, la mejor muestra de amor hacia alguien es que no te importe morir por él. Otra vez los eternos contrastes ...
IX Quiero a la sombra de un ala (La niña de Guatemala)
Quiero, a la sombra de una ala,
contar este cuento en flor,
la niña de Guatemala
la que se murió de amor.
Eran de lirios los ramos,
y las orlas de reseda
y de jazmín: la enterramos
en una caja de seda.
Ella dio al desmemoriado,
una almohadilla de olor,
él volvió, volvió casado,
ella se murió de amor.
Iban llevándola en andas,
obispos y embajadores,
atrás iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores.
Ella por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador,
él volvió con su mujer,
ella se murió de amor.
Como de hierro candente,
al beso de despedida,
era su frente la frente,
que más he amado en la vida.
Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor,
dicen que murió de frío,
yo sé que murió de amor.
Allí en la bóveda helada,
la pusieron en dos bancos,
besé su mano afilada,
besé sus zapatos blancos.
De tarde al oscurecer,
me llamó el enterrador,
nunca más he vuelto a ver,
a la que murió de amor.
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